Mensaje de advertencia

The subscription service is currently unavailable. Please try again later.

Usted está aquí

Territorio
inexplorado

En busca de los
paleopanameños

Julio 30, 2019

Azuero
Texto por Leila Nilipour, STRI

Para los arqueólogos de STRI, un rincón inexplorado de la península de Azuero podría estar resguardando los restos de los primeros habitantes del istmo de Panamá 

A cuarenta minutos de las infinitas playas de Cambutal que atraen a surfistas de todo el mundo, surcando caminos de tierra bordeados de papos silvestres y atravesando ríos, nuestra expedición llega al suroeste de la península de Azuero. Ashley Sharpe, arqueóloga y científica permanente del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), espera hallar aquí los restos de los primeros humanos que llegaron al istmo, los ‘paleoindios’. El sitio arqueológico de Punta Blanca, que nunca antes ha sido explorado, es una de las áreas más cercanas al borde de la plataforma continental en la costa del Pacífico panameño, donde las aguas relativamente superficiales del mar caen hacia el suelo profundo del océano.

A diferencia de esta región de Azuero, en la mayoría de la costa panameña varios kilómetros de aguas poco profundas separan la tierra firme de este abismo. Pero cuando los primeros habitantes llegaron a Panamá, hace más de 10 mil años, estas zonas de aguas superficiales formaban parte del continente. Luego el mundo se calentó, derritiendo los glaciares y elevando los niveles del mar. La llanura litoral quedó sumergida y, con ella, los restos de quienes la habitaron. Como la costa suroeste de Azuero no ha cambiado mucho desde que llegaron los primeros paleoindios, Sharpe espera encontrarlos allí.

A finales de abril, científicos de STRI armaron una expedición a la región con un equipo de especialistas: además de Sharpe, quien usa técnicas de isótopos para identificar el origen de restos animales; la becaria postdoctoral de STRI, Nicole Smith-Guzmán, bioarqueóloga, experta en huesos humanos; el investigador asociado de STRI, Tomás Mendizábal, conocedor de cerámicas y su cronología; y el veterano Anthony Ranere, profesor en Temple University, que es capaz de reconocer distintas herramientas de piedra, su antigüedad y sus usos. Colaboraron también el becario de STRI Jeison Chaparro, conocedor de restos botánicos y de fauna; Evelyn Chan, diestra en cerámicas y mapeo, y más de una docena de estudiantes de la Universidad de Princeton.  

Excavaron alrededor de un refugio rocoso cercano a la costa, rodeado de cuipos. La ubicación podría haber servido de resguardo para los antiguos humanos. Aunque la preservación de restos óseos suele ser inusual en el trópico, la piedra caliza del refugio y sus alrededores, así como la protección que ofrece la enorme roca de la lluvia y los cambios de temperatura, puede haber propiciado su conservación.

“Nuestro objetivo es excavar hasta llegar a un lecho de roca o arena estéril, cuando sabemos que no habrá más posibilidades de encontrar evidencia humana”, indicó Sharpe.  

La arqueología de por sí es un proceso destructivo. Cuando un sitio es intervenido, las cosas nunca volverán a su estado original. Por ello, la excavación debe ser meticulosa, y cualquier observación en el campo se debe anotar de inmediato. La tierra se remueve delicadamente con palaustres, cerniéndola para separar cualquier evidencia –fragmentos de huesos, pedazos de cerámica, herramientas de piedra– de los sedimentos. Cada diez centímetros de profundidad es un nivel, lo que permite clasificar los hallazgos ordenadamente, para su futuro análisis.  

Primero surgió un diente. Un molar, específicamente. Se anotó su ubicación exacta dentro de un croquis de la unidad, y se guardó en una bolsa clasificada con las mismas coordenadas. Con el pasar de los días, se hallaron más huesos humanos, incluyendo una mandíbula, dientes sueltos y dos cráneos, uno de niño y otro que parecía pertenecer a mujer adulta. El equipo también encontró semillas, huesos de animales, caracoles marinos y fragmentos de cerámica, además de restos de carbón, un poderoso recurso para determinar la antigüedad de un objeto.

Por tratarse de una expedición breve, que se retomará durante los meses de verano, los arqueólogos taparon el último nivel excavado de cada unidad con un plástico y se le vertieron encima la tierra cernida. Ya la mayoría de unidades había alcanzado más de un metro de profundidad, sin llegar al lecho de roca. En la próxima visita al campo, el plástico servirá como el nuevo punto de partida para la excavación.  

Mientras tanto, Smith-Guzmán ha podido adelantar algunos análisis de los huesos extraídos en el sitio. Un par de dientes sueltos, pertenecientes al mismo niño, presentan una lesión en el esmalte, posiblemente por desnutrición o alguna enfermedad infecciosa. En sus huesos largos, la bioarqueóloga halló evidencia de inflamación. 

El cráneo adulto le permitió estimar un rango de edad entre los 25 y 45 años. Aunque espera recuperar la pelvis del mismo esqueleto en la siguiente expedición, para calcular con mayor precisión su edad y sexo, sí encontró un poco de osteoporosis en los huesos, indicativo de que la persona podría haber estado más cerca del rango superior de edad.  

El esqueleto también tenía varios dientes extra en la mandíbula, algo que no le extrañó a Smith-Guzmán. Tras pasar varios años analizando cientos de esqueletos extraídos de distintos sitios alrededor del país, la becaria postdoctoral de STRI ha encontrado muchísimas anomalías dentales y óseas entre los antiguos pobladores de Panamá.

“Pienso que esto se debió a una baja diversidad genética. Es una pequeña franja de tierra y sabemos que hubo, al menos cuando llegaron los españoles, muchas guerras en curso. Los españoles también describieron el hallazgo de diferentes comunidades con distintos idiomas, y eso no sucede a menos que no estén interactuando entre sí”, expresó Smith-Guzmán.

Uno de los pocos rastros relacionados con la antigüedad de los restos es la modificación artificial en el cráneo adulto, una práctica cultural asociada a tiempos más recientes en la cronología prehispánica. También se hallaron fragmentos cerámicos cerca de los esqueletos, que según el análisis de Mendizábal coinciden con una época de 400 a 600 años después de Cristo. Para quedar libre de dudas, algunos análisis pendientes de los huesos y dientes determinarán hace cuánto tiempo habitaron el sitio, y brindarán pistas acerca de su dieta y su origen geográfico. Es decir, si eran locales o si migraron de otra región.

Aunque parece claro que estos huesos no pertenecen a los primeros habitantes del istmo, la siguiente expedición les permitirá cavar más profundo, hasta alcanzar el lecho de roca o la arena, la primera superficie que pudo haber habitado un ser humano en el área. Quizás, entonces, los ‘paleopanameños’ harán su aparición. Pero en lo que los busca, Sharpe desea explorar también otras ubicaciones alrededor de Punta Blanca.

“Como no se han realizado otros proyectos en esa área, deberíamos examinar los lugares donde la gente de Cambutal ha estado encontrando fragmentos de cerámica. Todos han sido muy amigables y están interesados en saber quién vivía allí en tiempos prehispánicos, por lo que valdría la pena desarrollar una mejor idea de la historia de los asentamientos humanos en esa región”, concluye Sharpe.

Back to Top