Superhéroes
ambientales
Los justicieros
del bosque
Isla Barro Colorado
Sigilosos y alertas, los guarda parques pasan las 24 horas del día y los 365 días del año vigilantes de cualquier amenaza al bosque y los animales del Monumento Natural Barro Colorado.
A mediados de abril, Mario Santamaria navegaba una lancha negra por el canal trasero de la isla Barro Colorado, el lado que no suelen ver los visitantes a la estación del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. Salvo un canal estrecho por el que pueden transitar pequeñas embarcaciones, esta área del lago Gatún es una pradera de troncos petrificados que sobresalen del agua, retazos de un antiguo bosque que se inundaría para crear el cuerpo de agua que alimenta al Canal de Panamá.
Mario es el supervisor de los 17 guarda parques que custodian el Monumento Natural de Barro Colorado, un área protegida desde 1977, que incluye la isla y cinco penínsulas aledañas. De no ser por su ellos, que en los años noventa —y a lo largo de diez años—, se sumergirían con sierras a cortar los troncos manualmente y a pulmón, hoy los científicos no podrían acceder tan fácilmente a algunas de las islas y penínsulas circundantes.
Mario disminuye la velocidad. Los niveles del lago están muy bajos después de la temporada de verano, al punto que algunos de los troncos cortados están muy cerca de la superficie del agua. De vez en cuando, el fondo de la lancha se golpea con alguno.
Vestidos en camuflaje, con botas de suela metálica, para protegerse de las espinas, y una mochila equipada para sobrevivir en el bosque, dos guarda bosques y un policía ecológico se bajan en la península de Bohío Norte para hacer una ronda. En cada turno hay un equipo así.
Caminan por los senderos del Monumento Natural y los despejan de árboles caídos. También le dan mantenimiento a las cercas que delimitan el área protegida. Pero principalmente van tras la pista de los cazadores, alejándose de los caminos para adentrarse en el bosque.
Los cazadores son cautelosos, pero los guarda bosques de Barro Colorado tienen el olfato adiestrado. En especial los veteranos que empezaron hace tres décadas, a la par de Mario. La mayoría eran jóvenes del interior del país, varios con formación en biología. Sin mayor supervisión, fueron construyendo poco a poco, y a partir de sus propias experiencias, el programa de conservación que existe actualmente.
“Soy de Soná en Veraguas. Mi papá era cazador, agricultor, tenía armas y perros. Aprendí sobre las distintas modalidades de cacería, a reconocer las huellas de los animales”, recuerda Mario. Luego señala un árbol cercano, con la corteza cortada en ambos lados del tronco. En el camino también hay ramas dobladas. Son técnicas que utilizan los cazadores para guiarse durante la noche en el bosque. Otras evidencias son las huellas frescas, municiones vacías o restos de comida. Están muy pendientes además de los árboles frutales en temporada y las fuentes de agua que atraen a los animales.
Cuando encuentran alguna pista, los guarda bosques pueden permanecer varios días en el bosque, a la espera de que regresen. Identifican un lugar cercano al camino de los cazadores y allí arman el campamento donde se mantendrán alertas durante la noche.
Para muchos, este es el aspecto más desafiante del trabajo: simplemente esperar, quietos, sin hacer ruido, en la oscuridad. Porque el bosque nocturno es silencioso y cualquier sonido, por insignificante que sea, se escucha a lo lejos. Inclusive los olores extraños, como el repelente, o el suavizante de ropa, pueden alertar al cazador.
La mayoría de los cazadores ingresan en las penínsulas cercanas a la isla de Barro Colorado porque colindan con poblaciones en tierra firme de Colón y Panamá Oeste. Para mantener una buena relación con estos pobladores y educarlos sobre el trabajo que realizan en el Monumento Natural, los guarda bosques les organizan actividades deportivas y culturales, así como giras médicas. Quieren desincentivar la cacería por medio de la educación, y ganarse la confianza de las personas, a cambio de información valiosa.
Los niveles de cacería se han reducido considerablemente desde los años ochenta, pero solo en abril de este año atraparon y remitieron a las autoridades a dos grupos de cazadores con armas. Uno llevaba un pecarí, de las presas más codiciadas. Las leyes que castigan la cacería ilegal también han avanzado. Antes era una falta administrativa, con una multa menor a la ganancia por la venta de la carne. Ahora es un delito ambiental que puede acarrear años de cárcel o una multa más significativa.
Para Mario es casi una violación a su espacio personal. “Cuando entran los cazadores al bosque siento que están invadiendo mi casa”, se expresa. Y aunque lo indigna, y muchas veces tiene que recurrir a la persecución o manejar situaciones en que los cazadores podrían reaccionar de forma violenta, admite que luego intenta concienciarlos. Al final, el objetivo no es castigar por castigar, sino proteger la naturaleza a largo plazo.
Para los guarda bosques, la principal motivación para enfrentarse a los cazadores y a las inclemencias del tiempo, a pasar noches en vela, sacrificar los días feriados y estar expuestos a especies transmisoras de enfermedades es su amor por la flora y fauna de Barro Colorado y la paz que les brinda el mundo natural.
“La supervivencia del ser humano depende de la naturaleza y cuidarla es una labor noble”, dice el guarda bosques veterano Gabriel Ábrego, durante el turno nocturno, mientras toma una bocanada para llenar sus pulmones. “Además, ¿en qué otro lugar podrías encontrar aire tan puro como el de aquí?”